Mario Vargas Llosa, el Premio Nobel de Literatura peruano cuya muerte a los 89 años anunciaron sus hijos este domingo, tuvo claro desde muy joven que quería ser escritor.
Y a eso dedicó su vida con disciplina de picapiedrero, hasta que consiguió el reconocimiento universal como autor y y una división de opiniones en torno a su figura pública que quizás no se veía en Occidente desde la época del filósofo Jean Paul Sartre.
Tal vez no es coincidencia: Sartre fue uno de sus primeros modelos (sus compañeros de juventud le decían «el sartrecillo valiente»), y aunque después abjuró de las ideas políticas del francés -y de muchas de las literarias-, hasta el final fue un escritor engagé, comprometido con su realidad, como lo pregonaba el famoso existencialista.
Esa disciplina y compromiso lo llevaron a producir con asombrosa abundancia: 20 novelas (entre ellas, obras cumbres como «La fiesta del Chivo», «Conversación en La Catedral» o «La ciudad y los perros»), un libro de cuentos, 10 obras de teatro, 14 libros de ensayo, dos de crónicas y uno de memorias, amén de mútiples recopilaciones de sus columnas y escritos sueltos.
«Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá», señalaron en un comunicado los hijos del escritor, Álvaro, Gonzalo y Morgana.
«Procederemos en las próximas horas y días de acuerdo con sus instrucciones. No tendrá lugar ninguna ceremonia pública. Nuestra madre, nuestros hijos y nosotros mismos confiamos en tener el espacio y la privacidad para despedirlo en familia y en compañía de amigos cercanos. Sus restos, como era su voluntad, serán incinerados», agregaron.
El también ganador del premio Príncipe de Asturias e integrante de la Academia Francesa estuvo acompañado en sus últimos días de vida por sus hijos y la madre de estos, Patricia Llosa Urquidi.

La figura paterna
Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, la ciudad blanca en el sur de Perú.
Y aunque siempre la ha señalado como su lugar de origen (y ahí, en la casa colonial donde nació, reposa su biblioteca), sólo vivió en ella un año.
En 1937, su abuelo Pedro J. Llosa decidió irse a vivir a Cochabamba, Bolivia, a administrar una hacienda algodonera. Allí, rodeado de mujeres y de la autoridad benigna de su abuelo, Vargas Llosa vivió en lo que él mismo ha descrito como una especie de paraíso.
La caída en la realidad vendría nueve años después, cuando la familia materna había regresado a vivir en Perú, esta vez a la ciudad de Piura, donde su abuelo fue nombrado prefecto.

Lo que sucedió allí fue uno de los eventos fundamentales en su vida, tanto, que con él empieza «El pez en el agua», lo más cercano a una autobiografía que Vargas Llosa llegó a escribir.
«Mi mamá me tomó del brazo y me sacó a la calle por la puerta del servicio de la prefectura. Fuimos caminando hacia el Malecón Eguiguren. Eran los últimos días de 1946 o los primeros de 1947, pues ya habíamos dado los exámenes en el Salesiano, yo había terminado el quinto de primaria y ya estaba allí el verano de Piura, de luz blanca y asfixiante calor.
-Tú ya lo sabes, por supuesto -dijo mi mamá, sin que le temblara la voz-. ¿No es cierto?
-¿Qué cosa?
-Que tu papá no está muerto. ¿No es cierto?
-Por supuesto. Por supuesto.
Pero no lo sabía, ni remotamente lo sospechaba».
Ernesto Vargas, el hombre que había abandonado a la madre del futuro escritor pocos meses antes de que éste naciera, regresaba para ocupar su patriarcal lugar en el centro de la familia.
Y vaya si lo ocupó: ese mismo día, sin siquiera avisarle a la familia de su esposa, Dora, se los llevó a vivir a Lima.
Es posible que la pulsión de Mario el escritor naciera ahí, en la descomunal y desigual lucha de voluntades que se inició entre ese niño y su tiránico padre
FUENTE BBC